La Unidad del Hombre

Últimamente hemos incorporado a nuestro vocabulario cotidiano el término "armonizarse". Decimos que debemos armonizarnos, y con eso exprimimos la idea de encontrar un estado interior que nos ponga a resguardo de las incongruencias del mundo exterior que, sin pausas, nos acosan desde todos los ángulos; "son los vecinos que gritan", "el jefe que nos sobrecarga de tareas", "la esposa o el esposo que...", etc., etc. En el fondo lo que buscamos es sentirnos bien con nosotros mismos, mostrándonos incólumes ante las "pálidas" que nos caen "como peludo de regalo". Esto supondría lograr una suerte de "autismo" que nos de inmunidad frente a esas circunstancias que tienden a deprimir nuestro estado de ánimo y a producir una hecatombe en nuestro sistema nervioso. Pienso, sin temor a equivocarme, que ese es un objetivo poco menos que imposible, porque todo ser humano es mucho más que la persona de carne y hueso que pretendemos mantener en forma. Somos no solo la persona, sino también el universo particular que nos contiene. Cada vez que reencarnamos volvemos a vincularnos selectivamente (desde el momento en que comenzamos a gatear) a aspectos del universo que nos son significativos, porque hay en ellos experiencias que no fueron totalmente digeridas en pasadas existencias. Esa vinculación (instintiva al comienzo, voluntaria después), apunta a recrear el clima psicológico que se desenvolvió en el pasado, ante determinadas instancias que dejaron un saldo no resuelto, el cual se aferra al espacio psicológico interno en el que están contenidas las memorias que permanecen como una suerte de "herida psicológica" perturbadora. Estas memorias kármicas no pueden simplemente olvidarse o erradicarse de la psique a voluntad. Son un factor perturbador que, desde lo más profundo del inconsciente, reclaman solución... y mientras esta no aparezca, continuaran "inspirando" al individuo para recrear (en el palco de cada nueva existencia) circunstancias similares a la que le dieron origen. Esa es la razón por la cual, nos vinculamos selectivamente a cada uno de los puntos que conforman nuestro universo conocido. Es aquí donde debemos comenzar a hacer un esfuerzo para comprender que, el espacio psicológico que media entre nuestra persona y cada uno de objetos conocidos de nuestro mundo, son una parte de nuestra realidad vivencial, de la cual no podemos substraernos. No interesa a donde vayamos. Allí donde nos instalemos comenzaremos a atraer personas y circunstancias, para recrear no solo los climas psicológicos, sino también las historias inconclusas que se pierden en el pasado de nuestra existencia. Mientras estas historias inconclusas no se resuelvan, nuestro "aquí y ahora" continuará siendo un eterno pasado. Por eso es que nos preguntamos, una y otra vez, ¿cómo podemos conseguir ese estado de armonía, que sin dudas anhelamos? Habíamos comenzado nuestro trabajo diciendo que la idea general apuntaba en el sentido de alcanzar un estado de "inmunidad" ante aquellas personas o circunstancias que nos molestan del mundo. ... pero ellas, en verdad, no son extrañas a nuestra propia naturaleza, porque ellas representan aspectos de nosotros mismos que no hemos podido armonizar dentro de nuestro propio mundo interior. Para poder comprender estas cuestiones en profundidad, es necesario comprender el Principio de la Unidad. La Unidad es esférica. Su centro es la puerta por donde penetra el impulso vital, que proviene del Ser Interior Profundo. El resto, lo que se extiende mucho más allá de ese centro, es el espacio uterino que representa lo creado. Este espacio, o cristalización del Primer Aliento, es la caja de resonancia donde ecóa el ritmo binario de todo lo que es y de todo lo que existe. Podemos, por lo tanto, interpretar al Dos como la expresión sensorial del Uno, y asociar esto a la idea de una única sustancia. Dios creó a las especies; macho y hembra las creó. Y esto abarca a todos los Reinos de la Naturaleza, desde el mineral hasta los más revolucionados Reinos del universo... en todos ellos encontramos la búsqueda de la complementariedad como un impulso permanente, que le da coherencia y sustentación a la Unidad de lo Creado. Todo lo creado es bipolar. Esto crea una dinámica permanente en el seno del propio universo, haciendo conque las partes busquen y se esfuercen por integrar sus propios complementos. Pero, en nuestro Sistema Solar hubo, hace unos 24.000 años, un evento extraordinario que tuvo que ver con la destrucción del Planeta que orbitaba entre Marte y Júpiter. Este hecho cósmico produjo grandes desequilibrios energéticos en nuestro mundo, que culminaron con el surgimiento del Ego Humano, el cual introdujo en la Creación el impulso hacia lo competitivo... y, a partir de ahí, se empesó a desenvolver el hombre que hoy conocemos por experiencia propia. Todo comenzó con un tenue sentimiento de auto suficiencia, que fue creciendo y adquiriendo característica cada vez más definidas de auto centrismo... aquello que hoy conocemos como egocentrismo... o si quieren ser más directos; egoísmo. Esta progresión que hemos sintetizado, marcó el lento pero irreversible hecho de la (podríamos decir) auto expulsión del Paraíso. A partir del momento en que el hombre se sintió auto suficiente comenzó a desvincularse del principio de la Unidad. Lo que significa que dejó de sentirla. Esta nueva vivencia sensorial trajo consigo el sentimiento del miedo hacia aquello que se extiende más allá de la epidermis. Su mundo entonces dejó de ser vivenciado como tal y pasó a ser sentido como el mundo exterior; lleno de peligros desconocidos y circunstancias prodigiosas que pueden surgir imprevistamente para obstaculizar, cuando no impedir, la concretización de los deseos y proyectos personales. La Unidad de nuestra propia identidad (como toda expresión de la Unidad) debe sustentarse dialécticamente por intercambios entre sus aspectos complementarios... algo que el Ego humano lleva siempre al campo de lo competitivo, con lo que se dificulta la obtención de saldos vitales para el desarrollo de una autentica individualidad, integrada en su propio mundo. Sin dudas, es necesario vivenciar la UNIDAD de nuestra identidad para que pueda desenvolverse en nosotros la fuerza constructiva del AMOR. Pero esto implica salir de la "cascara" que nos aísla del lado externo de nuestra identidad (aquella parte de nosotros mismos que está más allá de nuestra epidermis). Nuestro mundo conocido, por más distante o inalcanzable que parezca, es una construcción que elaboramos siguiendo las directrices de nuestra propia memoria. Esto significa que, toda interacción dialéctica entre nuestra persona de carne y hueso y los diversos puntos que conforman nuestro universo, muestra un aspecto específico de nuestra UNIDAD PRIMORDIAL, que se encuentra en estado de disgregación. La propia interacción dialéctica representa un intento por conseguir que las partes se vuelvan a integrar en vibrante armonía. La fuerza que opera desde lo invisible, tratando de conseguir esa integración armoniosa, es La FUERZA del AMOR... por eso dijimos anteriormente que es necesario vivenciar toda la extensión de nuestra identidad, para que se desenvuelva en nosotros ese misterio sublime que tan poco comprenden los poetas, a pesar de haberle cantado durante tantos siglos. Solo la fuerza del Amor armoniza nuestra persona con el entorno de forma sólida y duradera, porque Él es la propia UNIDAD de DIOS en acción... y lo que Dios construye perdura en el tiempo. Con lo que hemos expresado hasta el momento, tenemos un vislumbre de lo que significa la totalidad de "Mi Yo". Podemos ya imaginar que es lo que estamos invocando cuando hacemos referencia a "Nosotros Mismos". Tenemos ya elementos para comprender que en tales circunstancias nos estamos refiriendo a nuestra persona y al mundo que construimos, a partir de los vínculos selectivos que establecimos (desde el nacimiento) con ese gran desconocido llamado Universo. Esa suma variada de diálogos conforma el clima psicológico de nuestra existencia. Algo que puede ser mudado, sin dudas... pero tal mudanza exige más que esfuerzos. Exige primero reconocer que no podemos darle la espalda a lo que atraemos, porque esa es la parte que completa nuestro "conflicto existencial, que es el "leitmotiv" de nuestra propia vida. Este leitmotiv constituye la esfera vivencial de cada intercambio dialéctico. Si en verdad queremos comprender la razón de ser de cada proceso dialéctico que mantenemos con la vida en general, debemos ahondarnos en los procesos para llegar a sentir el "leitmotiv" sobre el que se edifica el intercambio. En realidad, esta "música de fondo", antecede al estado de intercambio. Podemos decir, sin mucho temor a equivocarnos, que es esta "música" el verdadero motivo de las atracciones, que van vinculando la persona a su propio mundo. Es esta música de fondo la que va restableciendo la UNIDAD del propio individuo. Una Unidad que precisa ser trabajada en cada existencia, para que la TOTALIDAD del SER vuelva a instaurarse, y el HIJO DEL HOMBRE retorne al PARAÍSO TERRENAL. ... bien, pienso que este artículo puede llevarnos a un estado de reflexión íntima. Con lo que hemos expuesto quedan abiertas las puertas para desarrollar futuros artículos. Hemos tratado de sintetizar una visión que pretende definir la totalidad del Hombre, con toda su implicancia y extensión. A partir de aquí será más fácil comprender con mayor claridad ese ideal del Paraíso Terrenal, que todos, con lícita ambición, anhelamos construir para que el sea el habitáculo de nuestra existencia.





ROLANDO GRIGLIO

Astrólogo Kármico